Es habitual que las personas que participamos en movimientos sociales sintamos en ocasiones una fuerte sensación de frustración. Nos esforzamos y dedicamos tiempo a luchar por un objetivo que parece lejano e inalcanzable, no vemos resultados concretos ni conseguimos grandes victorias, muchas veces ni siquiera victorias pequeñas. Eso hace que nos preguntemos si merece la pena todo lo que estamos haciendo, si el enemigo no será demasiado grande, demasiado poderoso e intocable. Y no lo decimos señalando con el dedo a nadie, lo sabemos porque también lo hemos experimentado y, por eso mismo, hemos querido realizar una pequeña reflexión acerca de eso que se ha venido a conocer como “el queme” o la sensación de agotamiento y frustración derivada de la militancia.
En las redes sociales de la campaña contra Vivotecnia, vemos comentarios de gente que se pregunta qué más hay que hacer para acabar con el laboratorio, asumiendo que ya está todo hecho. Si la empresa no ha cerrado ya después de dos años de manifestaciones, concentraciones, difusión … es porque el objetivo es inalcanzable. Pero creemos que es este un enfoque erróneo, precisamente el tipo de enfoque que puede hacernos caer en la frustración y el abandono. Los cambios no se dan de la noche a la mañana, y en un movimiento como el nuestro, que lucha por la liberación animal en un mundo donde el especismo está profundamente enraizado en las costumbres y la vida cotidiana, sería bueno asumir que no estamos haciendo un sprint, sino que estamos corriendo una carrera de fondo, una carrera que empezó hace décadas y cuyo camino será largo, difícil y duro, pero necesario. Hay personas que llevan veinte, treinta, hasta cuarenta años luchando por los demás animales, esforzándose por cuestionar la dominación a la que les sometemos y elles posiblemente tampoco han sido testigos de enormes cambios. Sí, en algunos casos pueden haber vivido victorias parciales, como el cierre de empresas concretas, la prohibición de alguna industria en determinados países o la liberación de cientos o miles de individuos del infierno en que vivían, pero la explotación animal sigue firme en sus puestos y, desafortunadamente, gozando de buena salud. Y, sin embargo, eses activistas no cejan en su empeño por acabar con la opresión que sufren los animales no humanos. Incluso conocemos casos de personas que por motivos de salud ya no pueden estar en primera línea, pero que han buscado la forma de seguir participando en el activismo, bien sea escribiendo textos, investigando a empresas desde su casa o sustentando económicamente distintos proyectos. Y lo hacen porque saben que queda mucho camino por recorrer y se necesita todo el empuje posible para hacerlo.
Por supuesto, también existen otros casos en que, bien por agotamiento u otros factores, personas que llevaban años implicadas en el movimiento de liberación animal, han abandonado la lucha. En ningún caso pretendemos juzgarlas, sabemos que no todas las personas pueden seguir siempre el mismo ritmo y el contexto vital, familiar o laboral de cada une, puede influir en su nivel de implicación en el activismo de forma determinante. Pero una situación preocupante que venimos observando en los últimos años es que muchas personas que llevaban pocos años participando en la lucha por los demás animales, abandonan definitivamente el activismo, superadas por la frustración. Esto, creemos, puede ser fruto de marcarse objetivos a corto plazo , poco realistas e imposibles de cumplir. Vivimos una época en la que la inmediatez apremia y la falta de estímulos o “premios” en forma de victorias (o lo que habitualmente entendemos como tales) pasan factura cada vez más rápido.
Otra actitud que observamos con preocupación y que también tiene que ver con “el queme”, es la de aquellas personas que se quedan a medio camino entre el derrotismo y la fantasía. Gente para la que la falta de resultados se convierte en la excusa perfecta para no participar o, directamente, criticar las propuestas de otres y proponer soluciones peregrinas. Ese tipo de personas que, por ejemplo, sobre las manifestaciones frente a laboratorio de experimentación animal, opinan que ese tipo de activismo no sirve para nada y que lo que habría que hacer “es entrar y liberar a todos los animales”. En primer lugar, creemos que es una falta de respeto absoluta decirle a alguien que ha dedicado su tiempo y su energía a lanzar una convocatoria que lo que está haciendo carece de valor y, además, hacerlo sin aportar una crítica constructiva o una alternativa realista. Cualquier persona mínimamente implicada en el movimiento de liberación animal en el Estado español hoy en día y con una pizca de análisis crítico, se dará cuenta de que, en un momento en el que cuesta congregar a más de cien personas (y eso siendo generoses) en muchas convocatorias, habitualmente con distintas formas de entender el movimiento entre ellas, se hace difícil imaginar que se vaya a dar un episodio de insurrección espontánea en el que se entre en tropel y se “libere a todos los animales”. No solo eso, a pesar de que sentimos un profundo respeto por todas aquellas personas que a lo largo de la historia se han arriesgado y se siguen arriesgando para liberar a animales de forma clandestina, también es necesario recordar que ni siquiera la época de mayor actividad a nivel internacional del Frente de Liberación Animal, cuando los sabotajes y las liberaciones se daban casi a diario, acabó con la explotación animal. Sí, es cierto, consiguieron dañar enormemente la imagen pública de industrias como la peletería o la vivisección y les asestaron golpes muy duros pero, como se hace evidente, no acabaron con el especismo y sus distintas ramificaciones. ¿Queremos decir con esto que las liberaciones de animales no son válidas? En absoluto, pero en lugar de considerarlas la panacea milagrosa que acabará con la explotación, creemos que es mejor entenderlas como una táctica más dentro del enorme abanico de formas de hacer con el que cuenta nuestro movimiento. La combinación de todas ellas, como nos ha demostrado la historia, es una de las mejores formas de recorrer el largo camino que tenemos por delante, sin necesidad de poner algunas en un pedestal y mirar a otras con desdén y desprecio.
Anteriormente hablábamos de las victorias parciales que habían vivido las personas que nos han precedido en la lucha, pero, sin duda, su mayor logro es que hoy en día haya una nueva generación de activistas directa o indirectamente nutrida e inspirada por su trabajo. Todes leímos un primer panfleto, vimos un vídeo o las imágenes de una investigación o escuchamos las palabras de alguien que ya estaba ahí, trabajando por los animales no humanos antes que nosotres y que hizo que nos decidiésemos a participar. Y quizá, en un futuro, haya otres a quienes lo que hacen hoy en día los distintos colectivos e individualidades que luchan por la liberación animal, les encienda la llamita de la lucha. Y eso es en sí mismo una victoria.
Sería positivo que, cuando sintamos la fatiga y el agobio, pensemos en lo que sentimos esa primera vez que nos decidimos a unirnos a la lucha por la liberación animal. En aquél momento, lo que nos parecía frustrante no era la falta de victorias ni los esfuerzos poco gratificantes, lo que nos frustraba era no hacer nada para acabar con la explotación de los demás animales. Y seguro que si conseguimos conectar de nuevo con ese sentimiento, encontraremos fuerzas para seguir caminando hacia adelante.